En el siglo V antes de Cristo, hay en Atenas un nuevo contexto socio–político. Tras la victoria en las guerras médicas, Atenas, cabeza de la coalición griega, llega al cenit de su poder, de riqueza y belleza. Se extiende el comercio, se fundan nuevas colonias, los atenienses están orgullosos de su cultura y de su organización política, la democracia. Es el llamado “siglo de Pericles”.
En medio de este apogeo ateniense, surge una nueva clase intelectual, los sofistas. Van de ciudad en ciudad enseñando y cobrando por sus enseñanzas, son los maestros de los jóvenes que aspiran a participar en la vida política. Podemos considerarles como los primeros profesionales de la enseñanza.
Tienen un nuevo proyecto educativo que ya no hace referencia a Homero. Quieren enseñar la excelencia en la política (πολιτική αρετή), para ello desarrollan nuevas especialidades o asignaturas, son las llamadas artes o τέχνη.
Estas nuevas especialidades manifiestan un cambio de orientación en los intereses intelectuales. Ya no se busca el conocimiento de la Naturaleza; no parece útil en la nueva circunstancia política. Se produce un giro antropológico en la filosofía. Es el momento de las Humanidades: las leyes, la justicia, la moral, la organización de la ciudad, la religión, la igualdad, etc. Pero, sobre todo, es el momento de la Retórica o arte del bien decir (ευ λέγειν). La Retórica busca la formación del alumno en la oratoria, supone el dominio de las técnicas para persuadir con vistas a la intervención en los asuntos de la ciudad.
Pero al resaltar el carácter utilitario de la Retórica, convierten al lenguaje, al “logos” en definitiva, en un instrumento de manipulación y engaño. Todo esto provoca la desconfianza en la capacidad de la razón para llegar a una solución verdadera, universal y objetiva de los problemas, y desemboca en dos posiciones negativas: el relativismo que afirma que la razón es incapaz de llegar a una verdad o solución universal y objetiva, y el escepticismo, para el cual la razón es incapaz de conocer cualquier verdad.
Platón ve en todo esto la negación de la sabiduría y de la ciencia, la imposibilidad de orientar nuestra vida siguiendo una conducta correcta, la imposibilidad de que la ciudad sea justa y se pueda regir por el Bien. Se enfrenta a ellos y les considera “cazadores interesados de gentes ricas, vendedores caros de ciencia, no real, sino aparente.”
Platón rivaliza en la obtención de alumnos para su escuela con el sofista Isócrates, que acusa a los estudios a los que se dedica la Academia de falta de utilidad.
Platón, en el texto de la República que comentamos, se refiere a los sofistas polemizando sobre la educación: “dicen, según creo, que ellos proporcionan ciencia al alma que no la tiene, del mismo modo que si infundieran vista a unos ojos ciegos.”