La política platónica se relaciona estrechamente con su teoría de las ideas y del alma. Solamente si el ciudadano toma conciencia de la eternidad de su alma, se convencerá de la importancia de seguir la Ley, también eterna. Una ciudad es justa tan sólo si su estructura refleja la estructura de las almas de los ciudadanos que la forman. De esa manera, al igual que en el Mito del Carro alado, ha de ser el elemento racional el que deba gobernar sobre todos los demás, actuando como el auriga. Para Platón, a diferencia de lo que opinaban los sofistas, la justicia en la Ciudad no depende de que todos los ciudadanos posean los mismos derechos, sino de que cada alma ejerza lo que le es propio, su virtud especifica. Cuando la función social que cada ciudadano realiza coincide con su esencia, que es su alma característica, sólo entonces los hombres actúan justamente y la sociedad es justa.
En la Ciudad justa conviven las almas racionales de los filósofos y de los sabios, cuya alma alcanza el conocimiento de las Ideas y del Bien, con las almas pasionales de los guardianes de la Ciudad y con las almas sensuales de los obreros, artesanos y productores.
El l filósofo rey, ha de ser quien gobierne puesto que es superior porque su alma racional ha sido capaz de dominar a las otras dos. Solo las almas racionales, por conocer la Idea de Bien, son capaces de comprender la política de una manera desinteresada. El segundo lugar en la escala social corresponde a los guerreros o guardianes de la Ciudad, porque, aunque sean agresivos y violentos, su alma irascible domina la sensualidad materialista.
Finalmente, los artesanos y a los obreros, incapaces de comprender la sutilidad de la política, deben dedicarse a labores de intendencia, facilitando el alimento y los servicios a la Ciudad. Toda alma, como todo objeto y todo ser vivo, tiene su virtud, es decir, su bien propio e interno. Ese bien interno pasa a ser un bien público si cada alma, por alejada que se encuentre de las Ideas, ocupa su lugar en la polis desarrollando su papel. Platón concede de esta manera la misma importancia a todas las almas en el plano político.
Quien acusa a Platón de desprecio aristocrático por el trabajo y por los obreros, no ha entendido que el concepto de clase en Platón no se identifica para nada con una situación económica; el alma constituye la estructura profunda de la Ciudad, y Platón ni siquiera imaginó que el dinero pudiera cambiarla o sustituirla.